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COLABORADORA

Maria Teresa Biagioni

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Santa Fe de la Vera Cruz 

  República Argentina


 

Hermanamiento (Gemellagio)


Presentación de la profesora Adriana C. Crolla

Jueves 04 de Noviembre de 2004 - 20 horas

FOTOS


Presencia italiana en la literatura de la Pampa Gringa Santafesina
 

Prof. Adriana Crolla


El término diáspora conlleva matices de dolor, de disgregación, de lejanías, pero también de simiente, de esperanzas y encuentros, de recorridos aleatorios y de actos fundacionales ya que comporta la idea de dispersión de los miembros de una comunidad en tierras ajenas a su origen, y al mismo tiempo, movimientos expansivos hacia nuevos espacios donde se corporizan subterráneas utopías.
Dispersión en términos de migraciones y confinamiento, de genealogías y tradiciones desterritorializadas y, paralelamente, de apropiación de nuevos territorios, de gestas y conquistas, de búsquedas en nuevos espacios eufóricos.

En oportunidad de un encuentro de italianistas en una sede española en que nos interesaba proponer un cierto perfil individualizador de nuestra idiosincrasia, recordamos una idea expresada alguna vez por Jorge Luis Borges quien afirmó que la identidad argentina no debe ser buscada en su pasado indígena sino en la cultura occidental ya que a los argentinos se los debe considerar “europeos en el exilio”. De hecho, la magnífica corriente inmigratoria que conformó nuestra etnia hace que la Argentina se destaque, en el contexto de las demás naciones hispanoamericanas, como la más ecléctica y europea de todas.
Los escritores, voces que dan cuerpo a un entramado de bienes espirituales no mensurables y que constituyen el patrimonio total que Europa le transmitió, ejercen su particular mirada sobre este desarraigo esencial que nos hace sentirnos disociados aún en nuestra propia tierra:
“¿Cuál es mi patria?” se pregunta, consternado, Ernesto Sábato para agregar, “Crecimos bebiendo la nostalgia europea de nuestros padres, oyendo de la tierra lejana, de sus mitos y cuentos, viendo casi sus montañas y sus mares. Lágrimas de emoción nos han caído cuando por primera vez vimos las piedras de Florencia y el azul del Mediterráneo, sintiendo de pronto que centenares de años y oscuros antepasados latían misteriosamente en el fondo de nuestras almas. Pero también, en momentos de soledad en aquellas ciudades (italianas), sentimos que nuestra tierra era ésta, estaba acá en la pampa y en el vasto río, pues la patria no es sólo la infancia, algunos rostros, algunos recuerdos de adolescencia, un árbol de barrio, una insignificante calle, un viejo tango en un organito, el silbato de una locomotora de manisero en una tarde de invierno, el olor (el recuerdo del olor) de nuestro viejo motor en el molino, un juego de barriletes. ¿Y cómo esta novela puede ser simple o nítida, o folklórica o pintoresca?”

Los argentinos somos productos de la diáspora y de la mezcla. Nuestra idiosincrasia condiciona nuestro ser y nuestra producción cultural a un esencial eclecticismo que nos obliga a indagar como recurrente leit motiv los rasgos que tipifican nuestra elusiva identidad. Crisol aluvional que nos proporciona ese sello de universalidad que nos hace más abiertos y sensibles a todas las etnias y culturas y nos genera una marcada tendencia a desrealizar la realidad del aquí para proyectarnos utópicamente a espacios invariablemente distantes y siempre distintos del natal. Es esta duplicidad la que hace al tango quejumbroso y melancólico, siempre llorando el omphalos perdido (la “querida viejita” abandonada), siempre fascinado por lo nuevo y lo foráneo, con irremediable deseos de “irse” (del conventillo, el barrio, la ciudad) y cuando lo ha hecho, llorando por “volver”.
De allí nuestra peculiar e intrínseca disociación al sentirnos europeos exiliados en nuestro propio suelo. Y, por contrapartida, nuestra versatilidad y capacidad para sentirnos ciudadanos del mundo, y para comprender el influjo que Europa, en especial Italia (también en el tiempo-espacio franco de la latinidad) y su inmenso aluvión inmigratorio, ha ejercido y ejerce en nuestra conformación cultural.

Félix Luna así lo certifica: “No corre por mis venas una sola gota de sangre italiana. Por vía paterna vengo de una familia de origen castellano ...y por el lado materno mi abuelo era asturiano....Y sin embargo ˇ qué cálida vibración tiene en mi espíritu todo lo que tiene que ver con Italia....Es que toda la cultura occidental está impregnada por la impronta histórica surgida de Roma. Por más rico y plural que pueda ser el estilo cultural de un pueblo de Occidente, allí está, en la superficie, o un poco más abajo, la realidad latina, italiana, romana. En el arte, la música, la legislación, la arquitectura, las letras, la fisonomía urbana, las formas de vida. Entonces, es lógico, que todos nos reencontremos alguna vez en esa enorme matriz que es el legado de Italia”


2. LEGADOS DE LA ITALIANIDAD

La cultura italiana, como fenómeno histórico y social, fue trasplantada a nuestra tierra en los recuerdos, costumbres y dialectos, de la inmensa cantidad de italianos que emigraron a la Argentina en grandes oleadas Esta fuerza étnica provocará cambios sustanciales en el esquema social autóctono (indio-hispánico) dando origen a lo que se conoce como PAMPA GRINGA.
Sin embargo, su influencia en la literatura argentina, durante largos períodos, no será tan evidente como el aporte francés. El influjo italiano es más sutil y difuso, se trata de una verdadera corriente sanguínea que alimenta, como una red subterránea de sabia nutriente, la obra de la mayor parte de nuestros autores, en muchos casos sin que ese sustrato, sea visible en la superficie. El habla argentina, sus costumbres, su narrativa, lírica y teatro están impregnados de esa influencia y basta sólo un análisis atento, para hacer manifiestas esas huellas.
A los fines didácticos es posible operar tres cortes que caracterizarían momentos diaspóricos de fuerte presencia:

- el primero correspondería a la primera oleada inmigratoria italiana( 1850-1900) de la que carecemos de legado escriturario pues los verdaderos actores de esta gesta gringa eran en su mayor parte iletrados que optaron por silenciar sus recuerdos, que eligieron el olvido para conjurar el dolor del destierro. Pero que, aún así, no pudieron dejar de transmitir a través de su estoica eticidad aquellos valores ancestrales que portaban consigo y que legaron a sus hijos a través de sus costumbres y saberes populares, conformando, subrepticiamente, el entramado ideológico de la nueva sociedad.

- un segundo período cuando, muertos los primeros colonizadores y perteneciendo ya la tierra a sus hijos (argentinos o naturalizados) se hace sentir la presión del cambio demográfico, el choque o revalorización de las diferentes culturas. Será esta segunda o tercera generación, la que apropiándose de la palabra, ya en la nueva lengua argentina, empieza a amasar con sus voces la epopeya de la gesta gringa que sus padres y abuelos habían realizado en el trabajo cotidiano de la siembra;

- y un tercer momento a partir de la segunda mitad del siglo, cuando se detecta en la obra literaria de sus descendientes, la necesidad de indagar y redimensionar los procesos históricos anteriores. Discursos no ligados ya a las formas épicas de los anteriores, sino más atentos a una mirada intimista/mnemónica. Relatos con fuerte impronta autobiográfica (y también crítica) que pretende erigirse en registro indagatorio y objetivo, voluntades que obsesivamente intentan recuperar por vía de la memoria aquel legado dejado por esos expatriados que , superando el dolor y las frustraciones, supieron “inventar un mundo” (2).

Tomando como objeto de estudio voces poéticas emergentes de la producción literaria de descendientes de aquella “gesta gringa”, nos es posible detectar marcas que definen una particular visión de la realidad.
Entendemos que la presencia de la italianidad operó como un masivo sistema de resignificación que aportó, a partir del proceso histórico de ocupación del espacio pampeano, y en especial de las “colonias” santafesinas, factores culturales que contribuyeron a conformar la actual sociedad.
Indagando en la esforzada migración del extranjero italiano por la pampa, que se va haciendo gringa a su paso, es posible detectar aquellos códigos sémicos que constituyen el eje matricial de la ITALIANIDAD, ya sea en valores sustancialmente positivos: un concepto aglutinante de familia, valorativa concepción del trabajo, marcada tendencia al gregarismo endogámico y al mantenimiento y transmisión de las tradiciones de origen, valor nucleante de la maternidad, respeto a los manes , a la identidad lingüística, espíritu estoico y vocación para el canto.
Pero también desvalores que podemos fácilmente reconocer como tipificantes en muchas de nuestras prácticas sociales regionales y, por extensión, de la argentinidad rioplatense, originados allí donde las virtudes y los buenos valores se exacerban perdiendo su inicial positividad.
Por ejemplo, un excesivo, unilateral y reverencial respeto a la “autorictas”(los manes), simbolizada en la figura paterna permite explicar el machismo tan arraigado todavía en nuestras matrices y nuestras prácticas sociales.
El culto a la maternidad, pudo ser la causa de una idealización exacerbada de lo femenino y una absoluta incapacidad de ver a cada mujer en su individual y real concretización. En la mujer se veneraba a LA MADRE y cada madre actuaba según estos patrones modélicos. Por ello, será justamente la mujer-madre la que subliminalmente contribuirá a reproducir tanto en los hijos varones como en las mujeres, estos mismos estereotipos, determinando y ejerciendo sobre ellos un a veces excesivo control afectivo. Y, cuando las circunstancias lo favorecieron (muerte o desaparición temprana de la figura paterna) su rigidez moral pudo dejar huellas traumáticas indelebles, tanto en uno como en otros.
La tacañería, la usura, derivó generalmente de un fuerte verticalismo y concepción materialista de la existencia. Particularmente en el grupo social piamontés que se caracterizó por concebir el trabajo, el ahorro y la actitud estoica ante las adversidades como única respuesta a la búsqueda de un progreso que asegurara un futuro mejor a las generaciones venideras.
Estos inmigrantes vinieron a “Hacer la América” para sus hijos, pero, su temor a la pobreza y su necesidad de afianzar (e incrementar) el pequeño “tesoro” que iban construyendo, provocó, paradójicamente, que estos mismos hijos no pudieran gozar durante toda su vida de la bonanza que progresivamente se iba consolidando. El control de la riqueza permanecía hasta su muerte en manos del pater familias siendo la causa de no pocas tragedias, disensiones entre hermanos o incapacidad para insertarse operativamente en la realidad.
Todo ello agravado por un particular respeto y sumisión a los mandatos del entorno social que la fuerte endogamia de las mismas “colonias”, colaboró a potenciar.

3. PROCESO HISTORICO DE APROPIACION DEL TERRITORIO PAMPEANO

Dos siglos después de iniciada la conquista del territorio sudamericano por los adelantados españoles (inicios del S.XVI), el territorio pampeano controlado por la colonización española era todavía muy reducido
Por otro lado, la expulsión de los Jesuitas en 1767 asestó un fuerte golpe a la tarea colonizadora, pues el abandono de las “reducciones” jesuíticas, alteró la función organizativa que dichos centros cumplían tanto en la actividad comercial en los territorios conquistados como de culturalización de las comunidades indígenas. El desmembramiento de las comunidades eclesiásticas da origen a un nuevo orden secular integrado por los descendientes de los primeros colonizadores y los nuevos terratenientes que se hacen cargo de los extensos latifundios y de la explotación ganadera
A lo largo del proceso de la conquista española, restricciones enérgicas que impedían la entrada a todos aquellos que no fuesen naturales de España acrecentaron el sentimiento xenófobo y enervaron los intereses por obtener licencias reales que otorgaban la concesión de extensos territorios. Este fenómeno fue consolidando la conformación de la llamada Pampa criolla o gaucha, dominada por poderosos estancieros que se esforzaban por reducir la pampa indígena que ocupaba un espacio inmenso, casi vacío de hombres y poblado de una ganadería salvaje y de nómades sin ocupación que vagaban sin destino : los gauchos.
El cultivo de la tierra, por otra parte, era un fenómeno de excepción connotado por el desprestigio histórico de ser considerado un trabajo de esclavos.
En vísperas de la Independencia argentina (1810) apenas una franja estrecha en las márgenes y delta del Paraná en la Prov. de Bs As estaba poblada por cerca de 40.000 habitantes. Pero tanto en la provincia de Córdoba como en la de Santa Fe (al oeste y norte de Bs As respectivamente) la situación no se diferenciaba en mucho. En esta última, la población total no superaba en definitiva los 12.000 habitantes.
Según los estudios realizados, a comienzos del siglo XIX, la población de toda la Argentina se reducía a 360.000 habitantes, de los cuales, 300.000 se aglutinaban en los territorios antiguamente controlados por la Corona Española (Intendencia de Bs As, del Tucumán y de Cuyo) y 60.000 indígenas en regiones controladas por las distintas tribus: Pampa Araucana, Chaco y Patagonia.
La prevención contra el extranjero era parte de la tradición pero se va debilitando progresivamente después de la Revolución de Mayo y poco a poco se va conformando una mentalidad distinta que, mientras contempla la conveniencia de abrir las puertas a un comercio libre, también comprende la necesidad de promover la inmigración como una forma de poblar ese vasto territorio salvaje que se va ganando progresivamente al indio, y de provocar corrientes culturales distintas recibiendo el aporte de naciones europeas que han alcanzado su más alto desarrollo.
Durante el gobierno de Bernardino Rivadavia (1826-27) el gobierno sanciona un decreto donde se especifica la decisión de “ofrecer protección y tierras para labores agrícolas, a los individuos de todas las naciones y sus familias que quieran fijar domicilio en territorio argentino asegurándoles el pleno goce de los derechos con tal que no perturben la tranquilidad pública y respeten las leyes del país”.
Pero el país todavía no estaba maduro, y hubo que esperar a que se sosegaran las luchas intestinas entre unitarios y federales, para que finalmente se tomara conciencia del atraso económico y social en que se hallaba sumido el territorio nacional
Para 1850, la relativa estabilidad de los 15 años del gobierno del hacendado porteño Juan Manuel de Rosas hace que comience a extenderse desde la pampa bonaerense, una poderosa economía pastoril, controlada vigorosamente por el gran puerto del Plata. Si bien el retraso que sufre el interior con respecto a Bs As parece considerable en el momento de la caída de Rosas (batalla de Caseros en 1852).
El Litoral (Pcias de Santa Fe y Entre Ríos) se halla prácticamente vacío de hombres y animales. En 1858 toda la llanura santafesina cuenta con sólo 25.000 habitantes frente a los 180.000 de Buenos Aires.
Mientras la provincia de Buenos Aires empieza a separarse, Santa Fe y Córdoba apuestan a reforzar vínculos con el extranjero y en ese clima favorable se funda en 1853, en las cercanías de la ciudad de Santa Fe, la primera colonia agrícola pampeana de origen europeo: Esperanza con una importante conformación étnica inicial de origen suizo y alemán. La misma es organizada por un empresario territorial, Aaron Castellanos, el que visionariamente toma contacto con el mercado financiero de Londres para empezar la construcción de una línea férrea que una Rosario con Córdoba, y quien contrata las primeras familias de colonos, de origen suizo y alemán, grupos de pioneros que comienzan un lento y sostenido trabajo de apropiación de esa planicie arbórea indómita y virginal, plagada de alimañas y erizada de peligros.
A fines de la década del sesenta, lentamente la pampa santafesina ha empezado a poblarse, cuenta ya con 17 colonias en 1869 y han llegado las primeras familias originarias del Piemonte que se van incorporando a las helvéticas en las sucesivas fundaciones. Es en esa década que se produce, gracias a la construcción de la línea ferrocarrilera, un súbito florecimiento de colonias: seis en 1869 y ocho en 1870, 39 en 1876 con 23.595 personas y un cambio en la propiedad de la tierra ya que la valorización de los precios tienta a los latifundistas a venderla en parcelas a los recién llegados los que se dedicaran en general al monocultivo del cereal. Las exigencias europeas de cereales, especialmente de trigo, aumenta por esos años y ofrecen a la naciente producción de las colonias agrícolas de Santa Fe, un enorme mercado que la navegación transatlántica ha tornado posible.
Por otro lado, comienza a desarrollarse la inmigración espontánea, estimulada directamente por las campañas sistemáticas de las compañías contratistas que difunden por Europa noticias sobre estas nuevas colonias y, en particular, por la acción de los primeros inmigrados, quienes incitan a sus parientes y amigos a dejar Italia y unírseles ante la notoria necesidad de incrementar la cantidad de brazos fuertes para el trabajo agrícola y por lógicas necesidades afectivas.
Tímidamente, empieza a nacer una Pampa gringa, ocupada por campesinos extraños al pueblo criollo y a la lengua española. Pampa doblemente extranjera tanto en su nueva población como en la nueva valoración que se hace del espacio. La economía de propiedad pastoril, empieza a abrirse a una nueva estructura agraria y un nuevo modo de explotación familiar dedicada a los cultivos cerealeros. Y es precisamente en la Provincia de Santa Fe, lugar de nacimiento de esta nueva forma de colonización donde esforzada y penosamente se originará esta civilización gringa que pronto cubrirá de leyenda la pampa gaucha.
Luego de algunos años de tenacidad y coraje, la tierra comienza a dar sus frutos y el 29 de diciembre de 1862, el gobierno entrega a cada colono el título de propiedad correspondiente a su concesión: “La Argentina entregaba por primera vez en propiedad, una `porción de su tierra a la familia que directamente la trabaja, sin preguntar por su raza, nacionalidad, idioma o convicción religiosa, sino sólo por su honestidad y laboriosidad” (5)


4. VOCES POÉTICAS DE LA GESTA GRINGA
Como dijimos previamente el eexilio se fue corporizando en un entramado espiritual de voces que dieron palabra y reconstruyeron poéticamente las imágenes al diálogo de culturas. En el fenómeno inmigratorio de las “colonias santafesinas” la más fuerte por número y presencia es indudablemente la itálica.
Pero en los textos poéticos que nos hablan de la colonización no encontraremos la palabra directa de los verdaderos actores de la gesta, ya que los italianos que arribaron a estas tierras en las sucesivas oleadas inmigratorias de fines de siglo XIX y comienzos del XX eran hombres iletrados que eligieron, por dolor y nostalgia, un marcado mutismo y olvido del mundo que habían dejado atrás. Aunque portaron consigo, sin reconocerlo, valores ancestrales que transmitieron a sus hijos y que, fructificados en la savia de la nueva tierra, armaron el entramado ideológico de la nueva sociedad.
Será la segunda generación, la de los poetas “del” exilio, la de los hijos ya definitivamente argentinizados que empezarán a usar la palabra, en la nueva lengua, para amasar con sus voces el canto heroico de la gesta gringa que sus padres habían amasado en el trabajo cotidiano de la siembra y en la agónica conquista de la tierra virgen.
Ese saber colectivo que los inmigrantes inconscientemente portaban en su lengua y en su sangre, Italia lo había heredado antes de la gran matriz cultural romana. Y si, careciendo de relato épico supo Italia legitimar su epopeya en el gran relato mítico de Roma, la Eneida de Virgilio, intermediada a su vez por Dante, estos nuevos virgilios del exilio, los poetas de la nueva tierra, tomarán la materia histórica de la colonización para elaborar la epopeya del trabajo y de los días.
Dante señaló que mientras el imperio romano se estaba reduciendo a cenizas, el pueblo italiano, para distinguirse de esos bárbaros que dominaban el país “en familia, gustaban evocar las hazañas de los troyanos, de Fiesole y de Roma”
Frase que sintetiza magníficamente las características que definen la etnia italiana: amor a la tierra, hondo sentido familiar y progenie, culto al pasado glorioso. Valores que operan, resignificados, en la palabra poética de los nuevos vates.
La interminable llanura sudamericana, incitó a los poetas locales, a cantar la pampa cultivada, la tierra conquistada y conquistadora con sus verdes y sus soles. La penosa historia de los trabajos y los días y el indómito paisaje que millares de manos fueron poco a poco domando. Una naturaleza tan particular por nueva porque “todos los días son iguales donde florece el lino” pero que se hizo carne para que los poetas vinieran luego a atestiguarlo con sus cantos.

José Pedroni pertenece a la primera generación de una serie de poetas “del” exilio que tradujeron en poesía épica, el proceso de colonización santafesino y la generación de un nuevo verso que abrevando en los viejos odres, diera voz nueva a la tierra innominada. Viejos odres que en Italia habían macerado la simiente.

“Hoy nadie llegaría
pero ellos llegaron.
sumaban mil doscientos.
cruzaron el Salado...
El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado.
hojas de viejos libros
volaban sobre el campo...
Su lengua era difícil.
sus nombres eran raros.
los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos...
(más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
El vino derramado)...
Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
del lado de Esperanza
el trigal avanzando.

Pedroni, el poeta del hombre , el cantor de la gesta gringa, en sus versos musicales, sencillos y humanos, expresó su abrazo fraterno a esa humanidad que supo descubrir en cada hombre concreto.
Para construir la memoria verbal de su padre itálico, que es la de su propia historia, rescata metonímicamente aquellos elementos que lo identificaron y definieron su papel en el conjunto operante de la nueva sociedad. Su padre, como muchos italianos, volcó en la nueva tierra su saber. En el poema Génesis, alabando al pionero que trajo los inmigrantes a estas tierras, reconoce viva en él la estirpe europea de sus ancestros:

“Es Aarón el salteño. Capitán sin espada,
que hasta la pampa nueva de la Europa cansada,
trajo los hombres rubios que sabían arar.

¡Veinte años cara a cara! Veinte años frente a frente!
Sin serlo, de su estirpe yo soy el descendiente.
Sin serlo, yo soy uno de los que fue a buscar”.

Carlos Carlino canta la tierra que los suyos conquistaron para que él aprendiera a amarla. Como afirmó su amigo Pedro ni, el lino que llevaba en su apellido es la clave y coloración de su particular palabra poética, señalada por la amorosa relación bucólica con la tierra y la dolorosa conciencia de los sacrificios y costos que fue necesario pagar para “enamorarla”.

Esta tierra que siembro es mi patria y la quiero.
Nudo de mi existencia: canto, sudor y lágrima.
Para quererla tanto como la quiero, tengo
Una razón profunda: me costó enamorarla.

Con el primer rastrojo tuve colchón: la cala
Es lana de colonos. Mi puño, desde niño,
Se abrió como una rosa en ademán agrícola
Para echar en el surco el corazón del trigo.

Mi abuelo hirió su seno con ternura de novio.
Sobre su geografía, bajo el sol inclemente,
la voz mediterránea de mi padre decía
sus canciones de fe. Y ella nos dio la muerte.

Un poema interesante porque el pathos del exilio y la fatal lejanía sufrida en las instancias de la inserción en la nueva tierra, se traduce en la consoladora y fraternal mirada del hijo argentino que puede intuir el dolor del desarraigo y el ansia paterna del retorno, es el poema “Un día iremos”. El soneto tiene como epígrafe dos versos tomados del Martín Fierro los que pueden ser considerados un inaugural documento poético del sentido particular que el término gringo adquiere en estas tierras, abandonando el significado más generalizador de “extranjero” para pasar a referirse específicamente al inmigrante italiano:

Había un gringuito cautivo
Que siempre hablaba del barco

“Martín Fierro”

Al mar de los sueños, al mar lejano
al mar en cuya orilla de pañuelos
la nona se quedó izando la mano
y la inauguración de tus desvelos;
A la aldea pesquera con su gaya
gente y sus viñedos y sus lugares,
a la arena dorada de su playa,
a la sombra cordial de sus pinares;

A la aldea y el mar de tus veleros,
a la aldea y al mar y a todo eso
que fuera prenda de tu antigua suerte;

A la aldea y al mar un día iremos,
un día iremos padre: a tu regreso
de la noche madura de tu muerte.

Otro importante poeta de nuestra zona, el rafaelino Mario Vecchioli es quizás de esa generación el más explícitamente ligado a una matriz leopardiana en su “marchigiana” manera de aprehender lo real. No sólo por ser hijo de un marchigiano al ser su padre oriundo de Camerino, Ancona, sino porque en 1913 llegó con su hermano menor Nolfo a la ciudad de Osimo llevado por su padre para que estudiara durante los 10 años siguientes en el Colleggio Convitto Campana.
Interno en este austero colegio recibió Vecchioli una fuerte formación humanista y un alto nivel intelectual digno de la más rancia tradición italiana y local. Su estadía en la península le permitió frecuentar varias veces Recanati y conocer la casa y la biblioteca del gran poeta. Una muestra de su admiración fue el apropiarse de la norma para la propia enunciación poética: dos palabras se repiten en su obra: Canto porque eso pretende como el recanatense: transformar en alquimia poética la experiencia de la vida e ilusión, que eso es el amor para Vecchioli: sutil erótica verbal que se corporiza en la transmutación de la palabra.

El desarraigo y la progenie en perspectiva histórica, resplandece en el grito épico del poema: Los inmigrantes

Eso que el barco tira sobre el muelle
con el desdén con que se arroja un bulto,
es el dolor sobrante de una raza
que supo del poder, la gloria, el yugo.
Carne sufrida de los verdes valles,
De la campiña, la montaña, el burgo.
Gringos que vienen, apretando
Su lástima en el puño.

Pero esos hombres que hablan un idioma
de música y arrullo,
esos desheredados hombres
de ojos tranquilos y de brazos rudos,
son los que traen el mañana,
los que alzarán el porvenir a pulso,
ennobleciendo el pan de cada día
desde la oscura dimensión del surco.

La sangre fuerte que con ellos viene
les llora el tiempo que quedó tras suyo:
la casa, el pueblo, los afectos,
las cosas todas del terruño.

Más tarde, todavía,
lejanos vientos les traerán susurros
de patria inolvidada. Y los recuerdos
los morderán como un dolor agudo.

Pero ellos son los númenes
que han de crear un mundo.
Y enfrente está la calle
donde el destino los aguarda, oculto.

Y sin temblar se llevan su coraje
a conversar con el mundo.

Particularmente relevante el poema “Canto final” conque el poeta parece cerrar en sentida síntesis, un periplo poético cristalizado en los retratos de los dioses anónimos del surco y la simiente. Los rudos gringos que supieron hacer germinar la vida desde el dolor y cincelar la nueva historia superando la nostalgia en la estoica aceptación de la nueva geografía.

Hay un silencio de sencilla gloria
en los retratos rígidos de entonces,
donde los rostros tienen el decoro
rural de los terrones.

Los años han llovido;
agua salobre
que se cayó de las tostadas frentes
ensanchadas de horizontes.

Pero la antigüedad del camino evoca
El tranco de los viejos carretones.
Aún el amor humano de la tierra
Arrulla la niñez del brote.

Aún múltiples presencias
hablan de aquellos pobres gringos pobres
que ahora, a la distancia,
cobran perfil de dioses.

Y por las calles tumultuosas
una conforme plenitud de voces
sigue aprobando el tiempo que inventaron
para el amañan de los nuevos hombres.

Los días se marcharon
Con su chirriar de goznes,
y con los días ellos,
los gringos cumplidores.

Los gringos que hoy, allá en el fondo
de su infinita noche
seguramente todavía juegan
al sueño que trajeron del Piamonte:
el sueño aquel de paz, de pan, de hijos,
de pampa gaucha y noble
conque empujaron el milagro
que por tus anchas venas corre.

Es bueno recordar lo que ellos dieron.
Es bueno olvidar la deuda enorme.

Para esos gringos tuyos, ciudad mía
¡Te pido el bronce!


De la segunda generación de poetas, aquellos que adquieren notoriedad durante las décadas de 1960 y 1970, no podemos dejar de rescatar la personalísima voz poética de Lermo Rafael Balbi.
La necesidad de indagar y redimensionar los procesos históricos anteriores se liga en Balbi ya no a las formas épicas de los anteriores, sino a una marcada tendencia hacia la mirada intimista y mnemónica. Relatos con fuerte impronta autobiográfica (y también crítica) que pretenden erigirse en registro indagatorio y objetivo, voluntades que obsesivamente intentan neutralizar la ilusoria realidad por vía de tenaz ejercicio de la memoria.
Balbi, hace una elección no sólo vital sino además estética ya que la memoria, traducida en escritura, permite evocar a través de la palabra una realidad que frecuentemente coincide con el sueño. Introduciéndose en los laberintos de la memoria se niega el olvido pero también se construye la propia identidad en la infinita fabulación del recuerdo.
Para superar el desencanto de la fugacidad, de la imposible persistencia de las cosas, del deterioro y la pérdida, el desencanto y el dolor es conjurado por la intimista introspección hacia las propias construcciones simbólicas que se traducen en particulares vivencias amorosas.

El texto dramático Adiós, adiós, Ludovica (una de sus producciones más famosa) es la reelaboración de un capítulo de su novela Continuidad de la gracia, Novela construida, según afirma el autor en el prólogo, gracias a una infinita cantidad de fuentes orales y escritas que dejaron testimonio de la colonización rural y que él mismo minuciosamente ficcionaliza.
Precisamente, la estructura particular de este texto se funda en la cantidad de documentos insertados. Una palimpséstica parodia de géneros populares y oficiales: cartas personales, canciones en piemontés, apelaciones en francés que remedan aquellos afiches y publicitadas que se distribuían por las ciudades suizas incitando a las familias a emigrar a la tierra de la plata; páginas de libros escolares para enseñar las primeras nociones de lecto-escritura, textos sociológicos que explican el fenómeno de la inmigración; poesías infantiles y capítulos enteros construidos en base a relatos orales que atesoran la historia personal de algunas familias de pioneros y que las sucesivas generaciones se encargaron de retransmitir.
El marco lo constituye un relato autobiográfico de 40 capítulos con cartas personales incluidas, escritos por una especie de alterego del autor que cuenta su propia experiencia de desarraigo al tener que abandonar siendo niño el espacio idílico del campo natal e ir a vivir con unos tíos de ciudad para iniciar su escolarización.
La hipotextual novela se inicia con una carta de la inmigrante piamontesa Catalina Lucca de Maine a su hermano Simón Lucca donde le relata sus experiencias del viaje y las penurias y esperanzas depositadas en esta nueva tierra. En la misma, brinda al lector las primeras informaciones sobre Bernardo Racca y su familia, historia que volverá a ser retomada más adelante como capítulo incluido y que, reelaborada, será la matriz del hipertexto dramático de Adiós, adiós, Ludovica.

“¿Qué se siente en América? preguntás y no sabemos qué responderte a eso porque no creemos que hay un italiano que conozca de antemano todo lo que aquí va a vivir con días y noches que parecen largos y otros que te pasan rápido si estás en el surco y tenés que terminar el trabajo para empezar otro cuando todavía no ha amanecido… Hay muchos italianos alrededor que no han tenido ni más ni menos el mismo comienzo porque primero vienen algunos y después mandan a llamar a otras familias, pero sin embargo hay entre ellos muchas diferencias, porque algunas de esas familias hicieron en poco tiempo una fortunita, y otras, en cambio, no han dado un paso adelante todavía y quieren volverse a su pueblo, porque tenían la esperanza de que al oro lo iban a encontrar clavando la pala. Bernardo Racca que vino a traer tu carta porque el hermano recién llegó el quince, dice que el oro de la Argentina está en los brazos de quienes ponen la voluntad para trabajarle a la tierra, y eso es cierto, porque tanto en América como en Italia, si no se trabaja, nadie puede vivir ni hacer una familia como Dios manda…Todo nos va viniendo bien, por eso, …después de acostar al Elmo y a Fabián, nos arrodillamos todos y rezamos el rosario pidiéndole por la continuidad de la gracia y que nos ampare para que un día cuando tengamos la familia hecha y a los hijos grandes, podamos decir que lo que hemos venido a buscar en América lo hemos encontrado, y a ellos se lo dejamos como herencia para que lo mejoren, y a su vez, lo entreguen a sus propios hijos, que han de continuar la raza, de nosotros los italianos, por los siglos de los siglos!

En este párrafo, la voz femenino-materna, condensa los leit motiv recurrentes de la italianidad: valor del trabajo, familia y religiosidad.
Al finalizar la novela, otra carta cierra el ciclo y es otra vez una voz materna, la madre del protagonista exiliado en Rafaela, quien le brinda noticias del pueblo: la tía Luisa, ya viuda, ha regresado al “aquí” del Corda natal y se ha encontrado en el viaje con Eulalia Viarenga (una nieta de Vita (Ludovica Racca) que emigró a la ciudad y debió prostituirse para subsistir.
Los míticos mercachifles, Ismael y Pedro, arcángeles cocheros encargados de transportar el alma de Vica hasta el Cielo donde la espera su esposo Bernardo, son también los cocheros de los que regresan al “aquí” del “paese natal”. Ese mítico Corda, campesino omphalos-cuore materno, siempre dispuesto a recibir a los hijos pródigos.

Vuelvo a doblar la carta, la pongo en el sobre, pienso en la tía Luisa y en la Eulalia, finalmente en los viejos mercachifles con su volantita de lata; hacía tiempo que nadie me decía nada de ellos, hasta creía que estaban muertos. Pero se ve que no.

Con estas palabras culminaba su novela, Lermo R. Balbi, un 30 de junio de 1977. Pero la historia de la historia no concluyó allí, sino que este texto, operó diez años después, como hipotexto de tres versiones dramáticas sucesivas, realizadas por el mismo Balbi y el director escénico: Antonio Germano, para trasponer al texto dramático definitivo a través de una elaborada operación de recorte y montaje, la historia de la estirpe Racca y su destino en la pampa gringa santafesina.
El lugar de la acción en la obra teatral, será la chacra de los Racca en Corda: espacio mítico inventado por Balbi para remedar la colonia de Aráuz, su “paese” natal, particular espacio de la llanura santafesina donde se radicaron los colonos piemonteses después de la promulgación de la Ley de inmigración.
La escenografita, según sugerencias aportadas en el texto secundario, ambienta realísticamente una casa de campo con el típico patio y paisaje que sugiere con “indudable identidad la atmósfera abierta, iluminada y soledosa de nuestra planicie humífera, abundante en ganados y mieses, que los colonos italianos de entonces y sus hijos argentinos dieron carácter y destino”.
La obra de Lermo Balbi....pone en primer plano la temática inmigratoria presentándola bajo la luz de lo real maravilloso. En su obra el inmigrante y la inmigración no están vistos como simples fenómenos sociales o como gesta histórica: la realidad humana representada en la narración tiende a dar forma y sentido a significados más universales y arquetípicos. El cielo de los días y las estaciones ligados a los ciclos de la vida del hombre y la búsqueda de la tierra prometida, son dos de los motivos primordiales recurrentes en su obra.

Jorge Isaías , otro gran poeta de nuestra tierra dijo: “Los hijos y nietos de esos inmigrantes heredamos tal vez esa tristeza, (que estaba) no sólo en el temblor de los ojos y la boca sino también en algo que acumulaban en el pecho, o en los ojos de esplendor de los antiguos narradores, en esa emoción que suscita la contemplación de la llanura”.

Valga como ejemplo este poema:

Inclemencias

En tierras de pan llevar se instalaron mis mayores.
En comarcas donde el rigor fue rey y la escarcha su corona.
Acá donde no sé quién fue tan feroz
con las criaturas.
Arropado de invierno, puro viento y acero al grito emotivo.
Yo llamo y ejecuto.

Sólo de llanto hablan mi tristes mayores.
Sólo de sudor sin más esperanza que los hijos
que con los años se suman.
Mi misión es de cantor, lo sé, qué sería
de mis graves hermanos si ni voz no sonara baja, humilde,
pero orgullosamente gringa sobre la pampa…

Cerramos esta apretada síntesis con su “Homenaje en octubre”, pequeña joya poética en prosa, escrita en honor al mes de la muerte de su abuelo gringo, donde afirma:

Mi verso debe tener la carnadura tumultuosa de los gringos amando y dando a parir entrañas de la tierra. .. Escribo sobre cosas de los míos. Del sudor reseco en sus vidas de trabajo intenso y sus pocas esperanzas.
¿Qué soy sin ellos? ¿Qué soy sin sus raíces afincadas a la tierra?...Ellos son mi sangre detenida y sin embargo, viva. Están en libertad conmigo, y pueden maldecir incluso hasta mis versos, mi afán, mi amada descendencia, si un día abandono la monocordia de mi canto.
Cuando rodeamos el fogón, o algún asado entre los árboles, a los míos y a mí no une una botella de ginebra y tanta intemperie compartida. Entonces vuelvo a ser un niño y escucho lentas historias sin ocios y con deudas numerosas.
Pero ellos descansarán en paz, porque un cantor menor usurpa su voz, y lenta, parsimoniosamente la va echando al afán dispersador de todos y cada uno de los vientos.
1982. Verano


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